Modelo de comentario sencillo de un texto narrativo

Cervantes
Don Quijote de La Mancha

-Todo eso no me descontenta; prosigue adelante -dijo don Quijote-. Llegaste, ¿y qué hacía aquella reina de la hermosura? A buen seguro que la hallaste ensartando perlas, o bordando alguna empresa con oro de cañutillo para este su cautivo caballero.
-No la hallé -respondió Sancho- sino ahechando dos anegas de trigo en un corral de su casa.
-Pues haz cuenta -dijo don Quijote- que los granos de aquel trigo eran granos de perlas, tocados de sus manos. Y si miraste, amigo, el trigo ¿era candeal o trechel?
-No era sino rubión -respondió Sancho.
-Pues yo te aseguro -dijo don Quijote- que, ahechado por sus manos, hizo pan candeal, sin duda alguna. Pero pasa adelante: cuando le diste mi carta, ¿besóla? ¿Púsosela sobre la cabeza? ¿Hizo alguna ceremonia digna de tal carta, o qué hizo?
-Cuando yo se la iba a dar -respondió Sancho-, ella estaba en la fuga del meneo de una buena parte de trigo que tenía en la criba, y díjome: “Poned, amigo, esa carta sobre aquel costal; que no puedo leer hasta que acabe de acribar todo lo que aquí está”.
-¡Discreta señora! -dijo don Quijote-. Eso debió ser por leerla despacio y recrearse con ella. Adelante, Sancho. Y en tanto que estaba en su menester, ¿qué coloquios pasó contigo? ¿Qué te preguntó de mí? Y tú, ¿qué le respondiste? Acaba, cuéntamelo todo; no se te quede en el tintero una mínima.
-Ella no me preguntó nada -dijo Sancho-; mas yo le dije de la manera que vuestra merced, por su servicio, quedaba haciendo penitencia, desnudo de la cintura arriba, metido en estas tierras como si fuera salvaje, durmiendo en el suelo, sin comer pan a manteles ni sin peinarse la barba, llorando y maldiciendo su fortuna.
-En decir que maldecía mi fortuna dijiste mal -dijo don Quijote-; porque antes la bendigo y bendeciré todos los días de mi vida, por haberme hecho digno de amar tan alta señora como Dulcinea del Toboso.
-Tan alta es -respondió Sancho-, que a buena fe que me lleva a mí más de un coto.
-Pues ¿cómo, Sancho? -dijo don Quijote-. ¿Haste medido tú con ella?
-Medíme en esta manera -le respondió Sancho-: que llegándole a ayudar a poner un costal de trigo sobre un jumento, llegamos tan juntos, que eché de ver que me llevaba más de un gran palmo.
-Pues ¡es verdad -replicó don Quijote- que no acompaña esa grandeza y la adorna con mil millones de gracias del alma! Pero no me negarás, Sancho, una cosa: cuando llegaste junto a ella, ¿no sentiste un olor sabeo, una fragancia aromática, y un no sé qué de bueno, que yo no acierto a dalle nombre? Digo, ¿un tuho o tufo como si estuvieras en la tienda de algún curioso guantero?
-Lo que sé decir -dijo Sancho- es que sentí un olorcillo algo hombruno; y debía ser que ella, con el mucho ejercicio, estaba sudada y algo correosa.
-No sería eso -respondió don Quijote-; sino que tú debías de estar romadizado, o te debiste de oler a ti mismo; porque yo sé bien a lo que huele aquella rosa entre espinas, aquel lirio del campo, aquel ámbar desleído.
-Todo puede ser -respondió Sancho-; que muchas veces sale de mí aquel olor que entonces me pareció que salía de su merced de la señora Dulcinea; pero no hay de qué maravillarse, que un diablo parece a otro.
-Y bien -prosiguió don Quijote-, he aquí que acabó de limpiar su trigo y de enviallo al molino. ¿Qué hizo cuando leyó la carta?
-La carta -dijo Sancho- no la leyó, porque dijo que no sabía leer ni escribir; antes la rasgó y la hizo menudas piezas, diciendo que no la quería dar a leer a nadie, porque no se supiesen en el lugar sus secretos, y que bastaba lo que yo le había dicho de palabra acerca del amor que vuestra merced le tenía y de la penitencia extraordinaria que por su causa quedaba haciendo. Y, finalmente, me dijo que dijese a vuestra merced que le besaba las manos, y que allí quedaba con más deseo de verle que de escribirle; y que, así, le suplicaba y mandaba que, vista la presente, saliese de aquellos matorrales y se dejase de hacer disparates, y se pusiese luego en el camino del Toboso, si otra cosa de más importancia no le sucediese, porque tenía gran deseo de ver a vuestra merced. Rióse mucho cuando le dije cómo se llamaba vuestra merced el caballero de la Triste Figura. Preguntéle si había ido allá el vizcaíno de marras; díjome que sí, y que era un hombre muy de bien. También le pregunté por los galeotes; más díjome que no había visto hasta entonces alguno.
-Todo va bien hasta agora -dijo don Quijote-. Pero dime: ¿qué joya fue la que te dio al despedirte, por las nuevas que de mí le llevaste? Porque es usada y antigua costumbre entre los caballeros y damas andantes dar a los escuderos, doncellas o enanos que les llevan nuevas, de sus damas a ellos, a ellas de sus andantes, alguna rica joya en albricias, en agradecimiento de su recado.
-Bien puede eso ser así, y yo la tengo por buena usanza; pero eso debió ser en los tiempos pasados: que ahora sólo se debe acostumbrar a dar un pedazo de pan y queso, que esto fue lo que me dio mi señora Dulcinea, por las bardas de un corral, cuando della me despedí; y aun, por más señas, era el queso ovejuno.
-Es liberal en estremo -dijo don Quijote-; y si no te dio joya de oro, sin duda debió ser porque no la tendría a la mano para dártela; pero buenas son mangas después de Pascuas: yo la veré, y se satisfará todo.

Primera Parte. Capítulo XXXI. (Fragmento)[1]


Dostoievsky, en su libro de memorias[2], define el Quijote como “la más grandiosa palabra del pensamiento humano”, como “la ironía más amarga expresada por el hombre”. Y acto seguido comenta que si llegado el fin del mundo, en algún sitio preguntasen: “¿Qué habéis comprendido de vuestra vida en la tierra? ¿A qué conclusión habéis llegado?”, el hombre podría entregar en silencio el Quijote y decir únicamente: “Aquí está mi conclusión sobre la vida. ¿Podéis condenarme?”.
Si bien estas palabras sintetizan perfectamente la devoción y respeto que la obra merece, no es menos cierto que a lo largo de los siglos han sido múltiples los enfoques y matices epistemológicos que se han dado sobre la misma. Y esto es lógico, porque el Quijote constituye la primera formulación literaria del pensamiento dialéctico, la más clara expresión del subjetivismo, de la indefinición, de la indeterminación: “esto que a ti te parece bacía de barbero, me parece a mí el yelmo de Mambrino y a otro le parecerá otra cosa”[3].
Así, la gran empresa de Cervantes, y de ahí su condición de novelista moderno, consiste en plasmar magistralmente la radical incertidumbre de la existencia humana, el equívoco mismo que es la vida: el destino del hombre, loco o no loco, consiste en moverse en una multiplicidad de realidades. Por eso, no deja de haber un solo plano en la novela en que los elementos más dispares y aun contradictorios se hermanan formando la más coherente de las paradojas, o en términos cervantinos, el más concertado de los disparates.
De “mentira a dos voces” podríamos calificar el texto en que nos ocupamos, correspondiente al capítulo XXXI de la Primera Parte y magnífico espejo de toda la novela. Mediante un sabroso diálogo, Don Quijote y Sancho van a “inventarse” a Dulcinea-Aldonza según su personal visión del mundo.

Antes de pasar a hablar del fragmento conviene que recordemos brevemente el contexto en que se desarrolla.
Tras la aventura de los galeotes, amo y escudero deciden internarse en Sierra Morena por miedo a la Santa Hermandad. Allí, Don Quijote, fiel a los modelos librescos, realiza todo tipo de desatinos y decide enviar una carta a Dulcinea utilizando a Sancho en calidad de mensajero. En ese momento, no tiene más remedio que contarle, mediante estudiado circunloquio, que la tal Dulcinea no es otra que Aldonza Lorenzo. Ante el estupor de Sancho, que hasta ese momento creía que Dulcinea era una dama principal y no una vulgar labradora, Don Quijote, sin perder la dignidad, le hace ver al escudero que al igual que ocurre en los libros, Aldonza ha sido sublimada merced a su imaginación poética: “Yo imagino que todo lo que digo es así, sin que sobre ni falte nada, y píntola en mi imaginación como la deseo, así en la belleza como en la principalidad”[4].
Sancho emprende el camino hacia el Toboso para entregar la misiva, pero al llegar a la famosa venta, esa especie de “central de aventuras”[5] donde suceden tantas cosas, se encuentra con el cura y el barbero y les pone al corriente de todo a la vez que intenta reproducir la carta de memoria, lo que da lugar a un cúmulo de despropósitos lingüísticos. Sancho, el cura y el barbero se internan en la sierra con el fin de encontrar a Don Quijote y disuadirlo de sus locuras. Y llegamos al fragmento por comentar.
Don Quijote, en cuanto tiene ocasión de quedarse a solas con su escudero, le pregunta por su mensajería. Sancho, que no ha estado nunca en el Toboso y por supuesto, no ha visto a Dulcinea, se ve obligado a improvisar un encuentro con la dama.
El diálogo que sostienen ambos personajes es un prodigio de sutilezas y matices. Los dos fabulan por caminos paralelos sin encontrarse jamás. Sancho miente. Don Quijote se miente. Las mentiras de Sancho van destinadas a su señor; las del hidalgo van dirigidas a su propia alma. Así, “fantasía poética y fantasía pragmática”[6] se aúnan en un delicioso contrapunto de ficciones: la idealizadora de Don Quijote y la realista de Sancho Panza. El hidalgo, al mentirse a sí mismo, lo único que busca es su propio contento, satisfacer su anhelo de belleza, sumergirse en su mundo, mucho más bello que la cruda realidad; por su parte, el escudero, miente con una candorosa malicia para ponerse a cubierto de una reprimenda por haber incumplido las órdenes[7].
Así, todo el fragmento puede leerse como una pugna entre dos engaños. A cada pregunta de Don Quijote, empecinado en que aquella reina de la hermosura se adapte a los moldes de la tradición idealista, las respuestas de Sancho, empeñado por su parte en dar veracidad a su versión, contraponen una vulgar realidad en el más puro estilo naturalista[8]:

DON QUIJOTE
SANCHO PANZA


A buen seguro que la hallaste
ensartando perlas
No la hallé sino ahechando
dos anegas de trigo


Cuando le diste mi carta, ¿bésola?
¿Púsesola sobre la cabeza? ¿Hizo
alguna ceremonia?
Cuando yo se la iba a dar, díjome:
“Poned, amigo, esta carta
sobre aquel costal”.


Cuando llegaste junto a ella, ¿no
sentiste un olor sabeo, una fragancia
aromática...?
Sentí un olorcillo algo hombruno,
(puesto que) estaba sudada y
algo correosa.


¿Qué hizo cuando leyó la carta?
La carta no la leyó, porque
no sabía leer ni escribir...


¿Qué joya fue la que te dio al
despedirse?
Ahora sólo se debe acostumbrar
a dar un pedazo de pan y queso




A este respecto, hay un momento en el fragmento en el que se deja ver bien a las claras que Don Quijote y Sancho entonan su melodía en clave distinta: nos referimos al juego de palabras o dilogía del término “alta”, utilizado por el hidalgo con valor moral y traducido por Sancho al plano de la estatura física:

DON QUIJOTE: Antes la bendigo y bendeciré todos los días de mi vida, por haberme hecho digno de amar tan alta señora como Dulcinea del Toboso.

SANCHO PANZA: Tan alta es, que a buena fe que me lleva a mí más de un coto.


En este término viene a cifrarse, pues, toda esa oposición de campos semánticos con que aparece configurado el texto: las perlas, los bordados de cañutillo, los aromas de rosa, de lirio, de ámbar desleído, las joyas de oro, se contraponen a los costales de trigo, a los corrales, al sudor correoso y al queso ovejuno. Por un lado, brillos, fragancias exquisitas, actitudes aristocráticas y metáforas embellecedoras; por el otro, tareas cotidianas, olores espesos y comportamientos vulgares.

Queda patente cómo en esta especie de diálogo de sordos la realidad es algo hueco, vacío, inexistente, puesto que se está hablando sobre un hecho que no ha ocurrido. Sancho se inventa la visita y Don Quijote se inventa su versión partiendo del invento del otro: se trata de un juego de espejos típicamente cervantino en donde se aprecia cómo ambos personajes están creando un mundo de ficción verbal. Sancho, en la más pura línea stendhaliana, es decir, esforzándose en adaptar su versión a lo que presumiblemente hubiera ocurrido de haberse dirigido al Toboso. En el caso de Don Quijote, la idealización tampoco es espontánea, sino que está sujeta a un código referencial muy preciso como es el de los libros de caballería. La invención de Sancho pretende ser “un espejo a lo largo del camino”; la de Don Quijote consiste en tamizar esa invención a través de la lente idealizadora.
Ahora bien, lo más llamativo del fragmento es que esta oposición de puntos de vista, lejos de resultar violenta como sucede en tantos otros momentos de la novela, se va desenvolviendo en un tono amable, como de mutua condescendencia. Así, incomprensiblemente, Don Quijote no se indigna en absoluto cuando Sancho le comenta el aspecto físico y las actividades de Dulcinea. Se limita tan sólo a hacer las correcciones pertinentes de las desviaciones en la percepción de Sancho. Es más, el hidalgo, en el colmo de su ¿ceguera?, casi al final del diálogo insta a su escudero a que prosiga y exprese su satisfacción por lo bien que están saliendo las cosas:

Todo va bien hasta agora -dijo Don Quijote-. Pero dime: ¿qué joya fue la que te dio al despedirte...?

Por su parte, cuando Don Quijote le comenta a Sancho que el olor hombruno y correoso bien podía emanar de su persona, Sancho le contesta con una serenidad que podríamos calificar de cínica:

Todo puede ser -respondió Sancho-; que muchas veces sale de mí aquel olor que entonces me pareció que salía de su merced de la señora Dulcinea; pero no hay de qué maravillarse, que un diablo parece a otro.

Como vemos, ninguno de los dos cede un ápice en su versión, pero ambos asumen y respetan la versión del otro sin irritarse, porque en el fondo, el uno sabe que miente y el otro sabe que se está mintiendo.

Ya hemos señalado cómo todo el fragmento es un diálogo en el que la intervención del narrador es mínima, ya que se limita exclusivamente a ir poniendo los “verba dicendi”: dijo, respondió, replicó, prosiguió..., sin intervenir una sola vez para aportar un juicio o una matización. Aparecen, pues, los dos interlocutores como abandonados en un espacio teatral en donde nada altera, nada dificulta el desenvolvimiento de esta antítesis de individualidades. Américo Castro señala al respecto el significado no meramente literario sino filosófico que ocupa el diálogo en la obra, pues mediante dicho procedimiento se logra crear un juego de perspectivas sin intentar llegar a la certeza[9].
Pues bien, este diálogo progresa gracias a las incitaciones continuas de Don Quijote, movido por el interés de rectificar las palabras de Sancho. Así:

Todo esto no me descontenta; prosigue adelante.
(...)
Pero pasa adelante: cuando le diste mi carta, ¿besóla?
(...)
Y tú, ¿qué le respondiste? Acaba, cuéntamelo todo; no se te quede en el
tintero una mínima.
(...)
Y bien, he aquí que acabó de limpiar su trigo y de enviallo al molino. ¿Qué hizo cuando leyó la carta?

Hay un aspecto del fragmento y de toda la novela sobre el que conviene insistir, y es el hecho de que Cervantes, en boca de Don Quijote, realiza un remedo burlesco del estilo vacuo y altisonante de los libros de caballerías, con la utilización de vocablos arcaicos ya en ese momento. Por desgracia, el lector actual, salvo el muy especializado, no es capaz de discernir plenamente dichos arcaísmos de las voces normales en ese momento pero en desuso en la actualidad, lo cual provoca una pérdida del sentido paródico de muchos pasajes. Así, por ejemplo, la palabra cautivo con valor de “desdichado” que aparece al principio del fragmento es un claro ejemplo de parodia caballeresca:

¿Y qué hacía aquella reina de la hermosura? A buen seguro que la hallaste ensartando perlas, o bordando alguna empresa con oro de cañutillo para este su cautivo caballero.

Buena muestra también de la sátira a la que nos referimos la constituye el siguiente pasaje, paradigma de retórica caballeresca:

... Porque es usada y antigua costumbre entre los caballeros y damas andantes dar a los escuderos, doncellas o enanos que les llevan nuevas, de sus damas a ellos, a ellas de sus andantes, alguna rica joya en albricias, en agradecimiento de su recado.

.No obstante, el texto cervantino, bien por su valor paródico, bien por la utilización de vocablos y giros normales entonces pero hoy en desuso -besóla, púsosela, romadizado, vuestra merced...- renace hoy en nuestro oído con toda la pátina y el encanto de lo añejo.
En cualquier caso, este texto, con arcaísmos o sin ellos, resulta de una novedad conceptual asombrosa, por cuanto aparece en él anticipado todo el subjetivismo moderno. Nos encontramos con dos interlocutores empeñados en designar, en nombrar las cosas y cada uno lo hace conforme a su criterio. No será, pues, excesivo reconocer en el fragmento cierto carácter de metáfora nominalista, en que, disociados “res” y “verba”, responden las “verba” no exactamente a la “res”, sino a la imagen de ésta refractada en las conciencias individuales: yo llamo “trigo” a lo que me pareció trigo, pero yo lo bautizo “perlas” porque ésa ha de constituir su real naturaleza. Es decir, una vez más, el mundo se extravía entre las palabras, y éstas, vueltas hacia sí mismas, crean su propio e incomprensible mundo, hecho de espejismos y conjeturas. La vida es subjetiva para Descartes, y aquí podemos reconocer ese carácter, que es el de la naciente modernidad, de cuyos orígenes nominalistas es el libro de Cervantes manifestación genial.
Como dice Julieta en el drama shakespeariano, la rosa, aun con diverso nombre, exhalaría idéntica fragancia. Las rosas de la imaginación de Don Quijote son palabras, pero desasidas de la realidad, o, mejor dicho, signo de otra realidad, cambiante, subjetiva, equívoca, ni cierta ni falsa: la realidad del espíritu.

Guía para el comentario

Tema
Don Quijote y Sancho Panza mantienen un gracioso diálogo acerca de Dulcinea del Toboso. El texto nos presenta el ideal amoroso del caballero en franca -y grotesca- oposición con la imagen creada por el escudero a partir del personaje de Aldonza Lorenzo. Se trata, pues, de mostrar el enfrentamiento básico del libro entre fantasía caballeresca y prosaica realidad.

Estructura
No se pueden establecer partes diferenciadas en este fragmento, al ser todo él un diálogo continuado, en el que apenas aparece la voz del narrador. Dicho diálogo se articula en preguntas (Don Quijote) y respuestas (Sancho), siguiendo una gradación temática: qué hacía Dulcinea, cómo recibió la carta, qué joya entregó al emisario. La única estructura posible es, pues, la de contrapunto entre los comentarios enaltecedores e idealistas de don Quijote y las precisiones prácticas y groseras de Sancho Panza.

Claves del texto

· Una de las claves, no ya del texto, sino de toda la novela, es el perspectivismo, plasmado en las voces de sus dos protagonistas. Un mismo personaje se nos muestra, así, desde dos puntos de vista simultáneos y contradictorios: Don Quijote pregunta por Dulcinea y Sancho contesta hablando de Aldonza.
· La figura básica del texto es, por tanto, la antítesis entre dos realidades: la cortesana y refinada (perlas, olor sabeo, rica joya) y la campesina y vulgar (trigo, olor hombruno, queso ovejuno).
· Esta antítesis se manifiesta en el propio lenguaje con que se expresan, de forma tan diferente, amo y criado. Dulcinea es, en boca de Don Quijote, reina de la hermosura, discreta señora, rosa entre espinas, lirio del campo, ámbar desleído (obsérvese el uso de la adjetivación y de la metáfora); Sancho resuelve su descripción, en cambio, con un lenguaje directo y grosero, calificándola de sudorosa y algo correosa.
· La parodia de los libros de caballería está presente en el texto, tanto en la situación, que se recrea siguiendo los clichés del género -la penitencia amorosa, la carta a la amada enemiga, la joya en agradecimiento-, como en el lenguaje arcaizante del “cautivo caballero”.
· Por otra parte, es llamativa la riqueza del lenguaje coloquial, captado aquí con todo realismo. Buen ejemplo de éste son los refranes -un diablo parece a otro, buenas son mangas después de Pascua- y las abundantes expresiones coloquiales -no se que quede en el tintero una mínima, sin comer pan a manteles, a buena fe, el vizcaíno de marras-.
· No olvidemos, finalmente, que el texto es un claro exponente de diálogo novelesco, con los rasgos característicos de este tipo de discurso: apelativos y vocativos, interrogaciones y exclamaciones. El narrador cede la palabra a los personajes, quienes se expresan en estilo directo; y a su vez, dentro de los agudos parlamentos de Sancho Panza, podemos rastrear la voz imaginaria de Dulcinea, tanto en estilo directo -Poned, amigo, esa carta sobre aquel costal; que no puedo leer hasta que acabe de acribar todo lo que aquí está- como en estilo indirecto -me dijo que dijese a vuestra merced que le besaba las manos, y que, así, le suplicaba y mandaba que, vista la presente, saliese de aquellos matorrales y se dejase de hacer disparates-.

Relación del texto con su época y autor

En este fragmento del Quijote se refleja claramente la oposición realidad-ficción (Aldonza-Dulcinea) sobre la que se construye toda la novela. En él queda patente la parodia caballeresca y se advierten la comicidad y la ironía de su estilo. Es también un buen ejemplo de la ambigüedad cervantina: perspectivismo, relativismo, subjetivismo.

Por otro lado, el texto presenta la superposición de planos que tanto gustaba a los escritores y artistas del manierismo y el barroco. La ficción aparece dentro de la ficción, en ese Sancho Panza fabulador que, partiendo de la fantasía de su amo, inventa su propia Dulcinea.

Otras actividades

1. Una buena forma de presentar este texto al alumno puede ser recordando todo el proceso previo al diálogo: la historia de la carta que Don Quijote envía a Dulcinea, con todas sus vicisitudes (escrita por el caballero en un librillo, olvidada por Sancho, recitada paródicamente por éste ante el cura y el barbero, supuestamente trasladada de nuevo al papel por un sacristán imaginario, entregada finalmente a su destinataria en una falsa entrevista...)[10].
2. En relación con este diálogo conviene también leer y comentar el episodio donde Sancho inventa, por segunda vez, una falsa Dulcinea del Toboso, pero ahora a la inversa: si antes había creado una Dulcinea real -una Aldonza- contraviniendo la imagen ideal del enamorado caballero, en esta ocasión creará una Dulcinea ideal aprovechando el encuentro con tres labradoras sobre tres borricas[11].
3. Otra actividad que puede resultar atractiva es la audición del Retablo de Maese Pedro de Manuel de Falla, naturalmente después de haber leído en clase el episodio de la novela que se recrea en esta partitura[12].
4. Como ejemplo de la gran difusión del mito quijotesco y de su repercusión en diversas artes, proponemos también la audición del Don Quijote de Richard Strauss o de Georg Telemann, así como la revisión de distintas versiones pictóricas, desde los famosos grabados de Gustave Doré hasta las visiones contemporáneas de Picasso y Dalí.
5. Recordaremos, finalmente, que existen varias versiones cinematográficas del Quijote, desde la clásica de Pabst (1933) y la famosa cinta soviética de Kozintsev (1957), hasta la célebre adaptación española de Ricardo Gil (1948). Recomendamos especialmente, dada su fidelidad al texto cervantino, la excelente serie televisiva de Manuel Gutiérrez Aragón.











[1] Edición de Martín de Riquer. Editorial Juventud. Barcelona, 1971.
[2] Dostoievsky, El diario de un escritor.
[3] Capítulo XXV de la Primera Parte
[4] Capítulo XXV de la Primera Parte
[5] La venta es denominada “central de aventuras” por Joaquín Casalduero en Sentido y forma del Quijote”. Madrid, Editorial Insula, 1966.
[6] Pedro Salinas, La mejor carta de amores de la literatura española, en Ensayos completos. Madrid, Editorial Taurus, 1983.
[7] Esta es la primera vez que Sancho Panza se “inventa” a Dulcinea. En la segunda parte de la novela, concretamente en el capítulo X, va a ser mucho más osado y pretende hacer pasar a Dulcinea por una horrorosa labradora.
[8] Pedro Salinas, en el citado artículo, dice de Sancho que “de haber sabido escribir, y consagrarse a las letras, hubiera escrito novelas naturalistas”.
[9] Américo Castro, El pensamiento de Cervantes, Barcelona, Editorial Noguer, 1972
[10] Capítulos XXV, XXVI y XXX de la Primera Parte.
[11] Capítulo X de la Segunda Parte.
[12] Capítulo XXVI de la Segunda Parte

No hay comentarios: