2. Comentario sencillo de un texto dramático

Duque de Rivas
Don Álvaro o la fuerza del sino

(Jornada Primera)

La escena es en Sevilla y sus alrededores

La escena representa la entrada del antiguo puente de barcas de Triana, el que estará practicable a la derecha. En primer término, al mismo lado, un aguaducho o barraca de tablas y lonas, con un letrero que diga: “Agua de Tomares”; dentro habrá un mostrador rústico con cuatro grandes cántaros, macetas de flores, vasos, un anafre con una cafetera de hoja de lata y una bandeja con azucarillos. Delante del aguaducho habrá bancos de pinos. Al fondo se descubrirá de lejos parte del arrabal de Triana, la huerta de los Remedios con sus altos cipreses, el río y varios barcos en él, con flámulas y gallardetes. A la izquierda se verá en lontananza la alameda. Varios habitantes de Sevilla cruzarán en todas direcciones durante la escena. El cielo demostrará el ponerse el sol en una tarde de julio, y al descorrerse el telón aparecerán: el TÍO PACO detrás del mostrador en mangas de camisa; el OFICIAL, bebiendo en vaso de agua, y de pie; PRECIOSILLA, a su lado, templando una guitarra; el MAJO y los dos habitantes de Sevilla, sentados en los bancos.

ESCENA I

OFICIAL.- Vamos, Preciosilla, cántanos la rondeña. Pronto, pronto; ya está bien templada.
PRECIOSILLA.- Señorito, no sea su merced tan súpito. Déme antes esa mano, y le diré la buenaventura.
OFICIAL.- Quita, que no quiero tus zalamerías. Aunque efectivamente tuvieras la habilidad de decirme lo que me ha de suceder, no quisiera oírtelo... Sí, casi siempre conviene el ignorarlo.
MAJO.- (Levantándose.) Pues yo quiero que me diga la buenaventura esta prenda. He aquí mi mano.
PRECIOSILLA.- Retire usted allá esa porquería... ¡Jesús!, ni verla quiero, no sea que se encele aquella niña de los ojos grandes.
MAJO.- (Sentándose). ¡Qué se ha de encelar de ti, pendón!
PRECIOSILLA.- Vaya, saleroso, no se cargue usted de estera; convídeme a alguna cosita.
MAJO.- Tío Paco, déle usted un vaso de agua a esta criatura por mi cuenta.
PRECIOSILLA.- ¿Y con panal?
OFICIAL.- Sí. Y después que te refresques el garguero y que te endulces la boca, nos cantarás las corraleras. (El aguador sirve un vaso de agua con panal a PRECIOSILLA, y el OFICIAL se sienta junto al MAJO)
HABITANTE 1º.- Hola; aquí viene el señor canónigo.

ESCENA II

CANÓNIGO.- Buenas tardes, caballeros.
HABITANTE 2º.- Temíamos no tener la dicha de ver a su merced esta tarde, señor canónigo.
CANÓNIGO.- (Sentándose y limpiándose el sudor) ¿Qué persona de buen gusto, viviendo en Sevilla, puede dejar de venir todas las tardes de verano a beber la deliciosa agua de Tomares, que con tanta limpieza y pulcritud nos da el tío Paco; y a ver un ratito este puente de Triana, que es lo mejor del mundo?
HABITANTE 1º.- Como ya se está poniendo el sol...
CANÓNIGO.- Tío Paco, un vasito de la fresca.
TÍO PACO.- Está usía muy sudado; en descansando un poquito le daré el refrigerio.
MAJO.- Dale a su señoría el agua templada.
CANÓNIGO.- No, que hace mucho calor.
MAJO.- Pues yo templada la he bebido, para tener el pecho suave y poder entonar el rosario por el barrio de la Borcinería, que a mí me toca esta noche.
OFICIAL.- Para suavizar el pecho, mejor es un trago de aguardiente.
MAJO.- El aguardiente es bueno para sosegarlo después de haber cantado la letanía.
OFICIAL.- Yo lo tomo antes y después de mandar el ejercicio.
PRECIOSILLA.- (Habrá estado punteando la guitarra y dirá al Majo.) Oiga usted, rumboso, ¿y cantará usted esta noche la letanía delante del balcón de aquella persona?
CANÓNIGO.- Las cosas santas se han de tratar santamente. Vamos. ¿Y qué tal los toros de ayer?
MAJO.- El toro berrendo de Utrera salió un buen bicho, muy pegajoso... Demasiado.
HABITANTE 1º.- Como que se me figura que le tuvo usted asco.
MAJO.- Compadre, alto allá, que yo soy muy duro de estómago... Aquí está mi capa (Enseña un desgarrón), diciendo por esta boca, que no anduvo muy lejos.
HABITANTE 2º.- No fue la corrida tan buena como la anterior.
PRECIOSILLA.- Como que ha faltado en ella don Alvaro el indiano, que a caballo y a pie es el mejor torero que tiene España.
MAJO.- Es verdad que es todo un hombre, muy duro con el ganado y muy echado adelante.
PRECIOSILLA.- Y muy buen mozo.
HABITANTE 1º.- ¿Y por qué no se presentaría ayer en la plaza?
OFICIAL.- Harto tenía que hacer con estarse llorando el mal fin de sus amores.
MAJO.- Pues qué, ¿lo ha plantado ya la hija del señor marqués?...
OFICIAL.- No; doña Leonor no lo ha plantado a él, pero el marqués la ha transplantado a ella.
HABITANTE 2º.- ¿Cómo?...
HABITANTE 1º.- Amigo, el señor marqués de Calatrava tiene mucho copete, y sobrada vanidad para permitir que un advenedizo sea su yerno.
OFICIAL.- ¿Y qué más podía apetecer su señoría que el ver casada a su hija (que con todos sus pergaminos está muerta de hambre) con un hombre riquísimo, y cuyos modales están pregonando que es un caballero?
PRECIOSILLA.- Si los señores de Sevilla son vanidad y pobreza todo en una pieza.... don Alvaro es digno de ser marido de una emperadora ¡Qué gallardo!..., ¡qué formal y qué generoso!... Hace pocos días que le dije la buenaventura (y por cierto no es buena la que le espera, si las rayas de la mano no mienten), y me dio una onza de oro como un sol de mediodía.
TÍO PACO.- Cuantas veces viene aquí a beber me pone sobre el mostrador una peseta columnaria.
MAJO.- ¡Y vaya un hombre valiente! Cuando en la alameda vieja le salieron aquella noche los siete hombres más duros que tiene Sevilla, metió mano, y me los acorraló a todos contra las tapias del picadero.
OFICIAL.- Y en el desafío que tuvo con el capitán de artillería se portó como un caballero.
PRECIOSILLA.- El marqués de Calatrava es un vejete tan ruin, que por no aflojar la mosca, y por no gastar...
OFICIAL.- Lo que debía hacer don Álvaro era darle una paliza que...
CANÓNIGO.- Paso, paso, señor militar. Los padres tienen derecho de casar a sus hijas con quien les convenga.
OFICIAL.- ¿Y por qué no le ha de convenir don Alvaro? ¿porque no ha nacido en Sevilla?...Fuera de Sevilla nacen también caballeros.
CANÓNIGO.- Fuera de Sevilla nacen también caballeros, sí, señor; pero...¿lo es don Alvaro? Sólo sabemos que ha venido de Indias hace dos meses, y que ha traído dos negros y mucho dinero... Pero ¿quién es?...
HABITANTE 1º.- Se dicen tantas y tales cosas de él...
HABITANTE 2º.- Es un ente muy misterioso.
TÍO PACO.- La otra tarde estuvieron aquí unos señores hablando de lo mismo, y uno de ellos dijo que el tal don Álvaro había hecho sus riquezas siendo pirata...
MAJO.- ¡Jesucristo!
TÍO PACO.- Y otro, que don Álvaro era hijo bastardo de un grande de España y de una reina mora...
OFICIAL.- ¡Qué disparate!
TÍO PACO.- Y luego dijeron que no, que era..., no lo puedo declarar..., finca..., o brinca..., una cosa así..., así como... una cosa muy grande allá de la otra banda.
OFICIAL.- ¿Inca?
TÍO PACO.- Sí, señor, eso, Inca..., Inca.
CANÓNIGO.- Calle usted, tío Paco, no diga sandeces.
TÍO PACO.- Yo nada digo, ni me meto en honduras; para mí cada uno es hijo de sus obras, y en siendo buen cristiano y caritativo...
PRECIOSILLA.- Y generoso y galán.
OFICIAL.- El vejete roñoso del marqués de Calatrava hace muy mal en negarle su hija.
CANÓNIGO.- Señor militar, el señor marqués hace muy bien. El caso es sencillísimo. Don Álvaro llegó hace dos meses, y nadie sabe quién es. Ha pedido en casamiento a doña Leonor, y el marqués, no juzgándolo buen partido para su hija, se la ha negado. Parece que la señorita estaba encaprichadilla, fascinada, y el padre la ha llevado al campo, a la hacienda que tiene en el Aljarafe, para distraerla. En todo lo cual el señor marqués se ha comportado como persona prudente.
OFICIAL.- Y don Álvaro, ¿qué hará?
CANÓNIGO.- Para acertarlo debe buscar otra novia; porque si insiste en sus descabelladas pretensiones, se expone a que los hijos del señor marqués vengan, el uno de la Universidad y el otro del regimiento, a sacarle de los cascos los amores de doña Leonor.
OFICIAL.- Muy partidario soy de don Álvaro, aunque no le he hablado en mi vida, y sentiría verlo empeñado en un lance con don Carlos, el hijo mayorazgo del marqués. Le he visto el mes pasado en Barcelona, y he oído contar los dos últimos desafíos que ha tenido ya: y se le puede ayunar.
CANÓNIGO.- Es uno de los oficiales más valientes del regimiento de Guardias Españolas, donde no se chancea en esto de lances de honor.
HABITANTE 1º.- Pues el hijo segundo del señor marqués, el don Alfonso, no le va en zaga. Mi primo, que acaba de llegar de Salamanca, me ha dicho que es el coco de la Universidad, más espadachín que estudiante, y que tiene metidos en un puño a los matones sopistas.
MAJO.- ¿Y desde cuando está fuera de Sevilla la señorita doña Leonor?
OFICIAL.- Hace cuatro días que se la llevó el padre a su hacienda, sacándola de aquí a las cinco de la mañana, después de haber estado toda la noche hecha la casa un infierno.
PRECIOSILLA.- ¡Pobre niña!...¡Qué linda que es y qué salada!... Negra suerte le espera... Mi madre la dijo la buenaventura, recién nacida, y siempre que la nombra se le saltan las lágrimas... Pues el generoso don Álvaro...
HABITANTE 1º.- En nombrando al ruin de Roma, luego asoma... Allí viene don Alvaro.

ESCENA III

Empieza a anochecer, y se va oscureciendo el teatro. DON ÁLVARO sale embozado en una capa de seda, con un gran sombrero blanco, botines y espuelas; cruza lentamente la escena mirando con dignidad y melancolía a todos lados, y se va por el puente. Todos le observan en gran silencio.




El primer drama romántico español[2] se abre con una serie de escenas de carácter popular, que constituyen un cuadro costumbrista. Según la primera acotación de la obra, al levantarse el telón nos encontramos ante una escena llena de color, en la que, como si de una pintura se tratara, el dramaturgo ha precisado con todo detalle formas, luces y perspectivas; también nos describe las figuras ‑personajes‑ que están en el cuadro: su situación, su indumentaria y la actividad que están realizando. Todo ello, antes de oírles.
Esta primera acotación, además de reflejar el gusto del autor por la pintura realista, es un buen ejemplo de la importancia que los románticos daban a la escenografía; en este caso, la luz que baña la escena a la puesta del sol, aparte de sugerir toda una serie de tonalidades de color y perfume, propios de Andalucía en esta fragante hora de la tarde, nos habla también del momento que anuncia la llegada de la noche y con ella de las horas propicias para la aventura romántica. Será por la noche, o en la oscuridad de la borrasca sólo iluminada por rayos y relámpagos, cuando ocurran los grandes hechos que desencadenan esta tragedia: el fallido rapto de doña Leonor y la muerte del marqués de Calatrava; la llegada de Leonor al convento ‑a la luz de la luna‑; el primer encuentro entre don Álvaro y don Carlos ‑en una selva oscura‑ y, al final de la obra, en un valle rodeado de riscos y maleza y envuelto por nublados y tormenta, las muertes sucesivas de don Alfonso, doña Leonor y don Álvaro. Cuando no es la noche, es la oscuridad de una prisión militar (jornada cuarta) o la celda de un pobre franciscano o la gruta de una penitente (jornada quinta). Los personajes aparecen con frecuencia ocultándose tras el embozo de una capa o bajo el hábito de un fraile; son sombras más que personas estos seres contra quienes se ensaña un destino siempre adverso y que se aman, se buscan, se encuentran y se reconocen sólo para morir. La noche es la hora romántica por excelencia, porque propicia sueños y misterio, vida del espíritu y de la imaginación, hora en definitiva opuesta y distante a la de la turbamulta de los afanes cotidianos y prosaicos por la supervivencia. La noche abre el reino de lo individualizador, de lo íntimo y exquisito, de la ilusión y del amor: de ahí la preferencia de los románticos, y entre ellos el duque de Rivas en esta obra, por las escenas nocturnas.
Nos encontramos, pues, al principio de este drama, con un cuadro de costumbres que más parece apropiado para un sainete que para una tragedia; los personajes son un oficial del ejército, un canónigo, un majo y una gitana. Todos ellos representan gentes anónimas del pueblo sevillano ‑sólo la gitana y el aguador tienen nombre propio‑ que se han acercado al aguaducho del puente de Triana para refrescarse, a la puesta del sol de una calurosa tarde de verano. Todo el tipismo local andaluz aparece en estas escenas de paredes encaladas, macetas floridas, rasgueos de guitarra y sorbitos de agua fresca con azucarillos, en torno a una animada conversación; los personajes son tipos populares ‑prototipos‑ bien conocidos y están comentando los sucesos de los últimos días.
El cuadro de costumbres, cultivado por grandes escritores románticos y en todos los géneros[3] , tiene una clara motivación para ser incluido dentro del drama romántico: permite al autor transgredir la norma clásica de la unidad de estilo y de la unidad de acción al combinar escenas populares con escenas de personajes aristocráticos e idealizados; al mezclar el humor y el habla coloquial con el lenguaje culto y literario, es decir, unir en la misma obra la forma "baja" de la comedia y la forma "elevada" de la tragedia. Por otra parte, frente a la separación radical entre tragedia y comedia y frente al valor moralizante de ambos géneros dramáticos, como defendían los neoclásicos, el drama romántico vuelve sus ojos al Siglo de Oro y lleva a las tablas ambientes y situaciones de personajes cotidianos, anticipándose así al drama moderno y buscando un género literario a caballo entre la tragedia y la comedia que refunda en un solo espíritu la vitalidad intuitiva del pueblo y la nobleza de los ideales heroicos[4]. En la jornada primera del Don Álvaro lo costumbrista queda reducido a varias escenas introductorias, de gran fuerza plástica y en las que el autor nos muestra su fina sensibilidad para captar el ambiente y los tipos populares y, sobre todo, para recoger toda la vivacidad y el gracejo del habla de las gentes sencillas. Si bien estas escenas no tienen relieve argumental independiente de la trama de la obra, como puede ocurrir en las escenas de los criados del teatro lopesco, sí desempeñan un papel importante en el conjunto del drama, porque la gente del aguaducho de Sevilla, a modo de coro en la tragedia griega, encarna la opinión generosa, espontánea y libre de prejuicios del pueblo ingenuo simpatizando con don Álvaro y su pasión amorosa por Leonor de Vargas. El pueblo defiende al noble indiano por sus obras, lo admira por su valor y gallardía y lo compadece por su desgracia. Lo hacen héroe porque se enfrenta a la actitud tradicional y conservadora de la defensa de la honra calderoniana y porque el marqués de Calatrava y sus dos hijos, apoyados por la Iglesia ‑representada aquí por la opinión del canónigo‑, son los enemigos del ideal y de la libertad.
En la acotación vemos un cuadro realista de un paisaje a orillas del Guadalquivir: todavía no se se había construido un puente de obra para cruzar el río, y la pasarela estaba tendida sobre barcas (puente de barcas); otro elemento realista es la costumbre popular de juntarse las gentes, al caer de la tarde, para refrescarse con un vaso de agua fresca y unos azucarillos (el tenderete del tío Paco). La fina sensibilidad de pintor del Duque de Rivas no deja en el olvido un hermoso paisaje de fondo: el barrio de Triana, el Convento de los Remedios (hoy desaparecido), altos cipreses y, en contraste con las pinceladas severas del convento y del ciprés, el movimiento del río y de las barcas: flámulas y gallardetes y la trémula belleza de los álamos: se verá en lontananza la alameda.
El diálogo que empieza después de la acotación inicial es vivo, ágil y lleno de palabras y expresiones populares y castizas.:

OF.‑ Vamos, Preciosilla, cántanos la rondeña. Pronto, pronto; ya está bien templada.
(...)
OF.‑ Quita, que no quiero tus zalamerías
(...)
PREC.‑ ¡Jesús!, ni verla quiero, no sea que se encele aquella niña de los ojos grandes.

En el habla del majo y la gitana abundan los diminutivos cariñosos y los vocativos castizos; así, la gitana se llama Preciosilla ‑nombre de claras reminiscencias cervantinas‑ y, entre coqueta y zalamera, al dirigirse a los hombres los llama: señorito, saleroso, rumboso a lo que uno de ellos le contesta llamándola prenda. También aparecen todo tipo de frases hechas y giros conversacionales:

PREC.‑ Señorito, no sea su merced tan súpito. Déme antes esa mano y le diré la buenaventura. (...)
PREC. (...) Vaya, saleroso, no se cargue usted de estera; convídeme a alguna cosita
OF.‑ Y después que te refresques el garguero y que te endulces la boca, nos cantarás las corraleras.

En la escena segunda siguen dialogando en el mismo tono. En un ambiente andaluz no pueden faltar los comentarios sobre toros:

CAN.‑ ¿Y qué tal los toros de ayer?
MAJO.‑ El toro berrendo de Utrera salió un buen bicho, muy pegajoso...demasiado
HAB.‑ Como que se me figura que le tuvo usted asco.

Ni tampoco falta el lenguaje sentencioso y proverbial: Los señores de Sevilla son vanidad y pobreza, todo en una pieza, ni la ironía: Que, con todos sus pergaminos, está muerta de hambre y por no aflojar la mosca, por no gastar...

Especial encanto tiene un rasgo que asociamos siempre con el lenguaje popular andaluz, como es el gusto por la comparación y la metáfora, la hipérbole y los juegos de palabras:

MAJO.‑ Aquí está mi capa (enseña un desgarrón) diciendo por esta boca que no anduvo muy lejos.(...)
PREC.‑ (...) don Álvaro el indiano, que, a caballo y a pie, es el mejor torero que tiene España. (...)
OF.- No; doña Leonor no lo ha plantado a él, pero el marqués la ha trasplantado a ella. (...)
PREC..‑ Hace pocos días le dije la buenaventura (...) y me dio una onza de oro como un sol de mediodía. (...)
OF.‑ (...) toda la noche, hecha la casa un infierno

En la escena segunda ha entrado un nuevo personaje, el canónigo, que, habitual en la tertulia de tío Paco, mantiene, al principio, con los que ya estaban presentes, un diálogo en el mismo tono cordial y distendido de la primera escena. Pero el clérigo, en ligero antagonismo con los presentes, sobre todo con la gitana y el majo, muestra otros valores humanos e intelectuales: su "andalucismo" tiene algo de reflexión tópica y pedante que no se advertía en el habla más espontánea de los demás personajes: éstos “viven” la vida andaluza; en cambio, el señor canónigo “sabe” de las excelencias de esta vida y está satisfecho de ello. Así, dice:

¿Qué persona de buen gusto, viviendo en Sevilla, puede dejar de venir todas las tardes de verano a beber la deliciosa agua de Tomares, que,con tanta limpieza y pulcritud nos da el tío Paco; y a ver un ratito este puente de Triana, que es el mejor del mundo?

Se nos antoja que el lenguaje del canónigo está un poco deformado por la retórica del púlpito. Sus parlamentos son amplios y obligan a la aquiescencia silenciosa de los oyentes, y alguna de sus réplicas encierra solemnes tautologías: las cosas santas se han de tratar santamente.
Ante el desprecio que Preciosilla siente por la conducta del marqués y el deseo popular, que se expresa por boca del oficial, de que don Álvaro castigue al aristócrata con una paliza ejemplar por su despotismo e intransigencia, el canónigo exclama severo y leguleyo:

Paso, paso, señor militar. Los padres tienen derecho de casar a sus hijas con quien les convenga. (...) el señor marqués hace muy bien. El caso es sencillísimo. Don Álvaro llegó hace dos meses, y nadie sabe quién es. Ha pedido en casamiento a doña Leonor, y el marqués, no juzgándolo buen partido para su hija, se la ha negado. Parece que la señorita estaba encaprichadilla, fascinada, y el padre la ha llevado al campo, a la hacienda que tiene en el Aljarafe, para distraerla. En todo lo cual el señor marqués se ha comportado como persona prudente.

Ante este protagonismo colectivo que representan los personajes populares en las escenas I, II y IV y su amor y defensa instintiva del héroe misterioso, el clérigo aparece como la voz que disiente, con una mentalidad cerrada ante el sufrimiento y los sentimientos amorosos y una actitud grotescamente servil hacia la familia del marqués:

CAN.‑ (...) Si insiste en sus descabelladas pretensiones, se expone a que los hijos del señor marqués vengan, el uno de la universidad y el otro del regimiento, a sacarle de los cascos los amores de doña Leonor .

Sin embargo, los demás desean el triunfo del amor y de la libertad frente a la rigidez de las normas tradicionales:

OF.‑ El vejete roñoso del marqués de Calatrava hace muy mal en negarle su hija.

y el mismo oficial, al final de le escena cuarta exclama:

OF.-Me alegrara de que la niña traspusiese una noche con su amante y dejara al vejete pelándose las barbas.

Entre todos los comentarios que ha oído, el canónigo, atando cabos, entiende que los rumores sobre las correrías nocturnas de don Álvaro pueden ser sospechas fundadas de transgresión de las normas sociales y del código del honor; entonces, con disimulo ‑sólo lo expresa en un aparte‑, abandona la reunión para ir a comunicar al marqués lo que ya está en boca de todos.los sevillanos:

Sería faltar a la amistad no avisar al instante al señor marqués de que don Álvaro le ronda la hacienda. Tal vez podemos evitar una desgracia.

Si en la escena II se ha empezado a hacer el retrato psicológico de don Álvaro y de cómo es su comportamiento social, o sea, la cara brillante del indiano, es porque el autor quiere mostrarnos cuán rápidamente fabrica el pueblo un ídolo y más aún si es para enfrentarlo al viejo y conocido marqués, que representa lo más odiado de la clase dominante. Dicen de don Álvaro:

MAJO.‑ Es verdad que es todo un hombre, muy duro con el ganado y muy echado adelante.

Pero la admiración, en boca de la gitana, alcanza tintes hiperbólicos:

PREC.‑ Don Álvaro es digno de ser marido de una emperadora. ¡Qué gallardo!... ¡Qué formal y qué generoso!...

MAJO.‑ ¡Y vaya un hombre valiente!

Y los sevillanos admiran a don Álvaro por su porte físico: es un buen mozo; por su liberalidad en el gastar: me dio una onza de oro como un sol del mediodía; Cuantas veces viene aquí a beber, me pone sobre el mostrador una peseta columnaria.

Como en la canción de El Caballero de Olmedo, recorre el ánimo del pueblo un temor reverente y supersticioso, sobre el futuro de don Álvaro: le dije la buenaventura (y por cierto no es buena si las rayas de la mano no mienten), también sobre el personaje de Leonor: ¡Pobre niña! (...) Negra suerte le espera... Mi madre la dijo la buenaventura, recién nacida, y siempre que la nombra se le saltan las lágrimas.

Otra característica que contribuye a esta pintura misteriosa de don Álvaro es su origen desconocido: el pueblo se pregunta quiénes fueron sus padres, dónde y cómo ganó tanto dinero; esto, unido a su aspecto distante, altivo y de pocas palabras, despierta asociaciones de posibles pactos con el diablo:

CAN.‑ (...)Sólo sabemos que ha venido de Indias hace dos meses y que ha traído dos negros y mucho dinero...Pero ¿quién es?(...)
TÍO P.‑ La otra tarde estuvieron aquí unos señores hablando de lo mismo, y uno de ellos dijo que el tal don Álvaro había hecho sus riquezas siendo pirata...
MAJO.-¡Jesucristo!
TÍO P. Y otro, que don Alvaro era hijo bastardo de un grande de España y de una reina mora...


Finalmente, el héroe, arrastrado por su leyenda, es descrito como un ser diabólico:


HAB.‑ Y anoche, viniendo yo de San Juan de Alfarache (...) pasó a mi lado, sin verme y a escape, don Álvaro, como alma que llevan los demonios, y detrás iba el negro(...) ¡Cada relámpago que daban las herraduras!...

Dentro de la estructura dramática de la obra es notable que, en estas primeras escenas, todas las historias sobre los personajes principales las vamos conociendo "in absentia" de los mismos; ellos no han aparecido sobre las tablas más que en la conversación de las gentes, que les admiran, que les quieren o que les temen. Este recurso reviste a don Álvaro y a la familia de los Vargas ‑protagonista y antagonistas‑ de un halo heroico, novelesco, que agranda el temple y la figura de estos personajes: por el papel que ha desempeñado en su presentación el coro popular, son, aun antes de que les veamos actuar, personajes de leyenda, de una leyenda viva que les precede ‑y les persigue‑. Por otra parte, este cuadro de costumbres con que el Duque de Rivas abre el telón, así como todos los que incluye en las restantes jornadas, no son meros añadidos decorativos o folclóricos sino que, perfectamente incardinados en la trama argumental, nos informan sobre lo que debemos saber y, al mismo tiempo agrandan dramáticamente ‑en todos los sentidos de esta palabra‑ la figura de los protagonistas.

Así pues, la gallardía, la generosidad, la hombría de bien y el halo de misterio han precedido a don Álvaro; su primera aparición tiene lugar interrumpiendo, precisamente, unos comentarios sobre su persona y hace entrada, más que como ser humano como una fugaz visión fantasmal, ante el pueblo que permanece fascinado en silencio. El autor le dedica toda la escena III ‑escena que está formada tan sólo por una acotación descriptiva‑, y que corrobora plásticamente todo lo que sobre don Álvaro se había ido forjando sobre don Álvaro en la mente del espectador. ¿Hay una manera más "romántica" de existir y de aparecer?

La escena III juega en relación y por contraste con la acotación que ha iniciado la obra. Ahora se nos da cuenta del paso de las horas y del cambio de luz: está ya entrando la noche. Los personajes son los mismos, pero están "en gran silencio" y un ratito antes se encontraban en animada conversación; parece que la escena se ha congelado y, el héroe romántico, se desliza hacia el fondo, con elegancia y doliente porte, solo e inalcanzable.

Don Álvaro sale embozado en una capa de seda, con un gran sombrero blanco, botines y espuelas; cruza lentamente la escena, mirando con dignidad y melancolía , a todos lados, y se va por el puente[5].

No sólo su aspecto físico resulta grandioso y teatral sino que el aura de un espíritu superior y atormentado se desprende de él. Si lo comparamos con el otro gran personaje romántico de nuestras tablas, don Juan, tenemos la sensación de que el de Zorrilla es un ser mucho más de carne y hueso que don Álvaro; aquél es más primitivo, más solar, más vital en su alocada carrera de seducciones; éste mantiene una titánica lucha interior entre su pasión amorosa y un destino adverso que le sobrepasa y contra el que lucha hasta la muerte; don Juan es humano y se enfrenta a las limitaciones físicas y materiales de la naturaleza, hasta que el amor verdadero lo rinde y lo eleva hacia el reino del espíritu; don Álvaro es un alma poderosa, que lucha contra los dioses siniestros de la desconfianza, el fanatismo y la estupidez de la humanidad, avalados por la tradición, y por ello, porque ha emprendido una lucha desigual, sucumbe ante la fatalidad. de su destino.

Guía para el comentario

Tema

Presentación de don Álvaro, arquetipo de héroe romántico, a través de los comentarios de un grupo de personajes. Mediante sus palabras conocemos el conflicto de su amor imposible.

Estructura

El texto está constituido por:

- Una acotación de apertura, que presenta un auténtico cuadro de costumbres.
- En las escenas Y y II asistimos a la conversación de un grupo de personajes populares.
- La escena III, por el contrario, consta de una única acotación en la que don Álvaro hace una fugaz y misteriosa aparición.

Claves para el comentario

· Este fragmento inicial del Don Álvaro es un buen ejemplo del cuadro de costumbres del romanticismo. Se puede relacionar con dos aspectos de este género:
-el pintoresquismo, los valores plásticos y descriptivos.
-el gusto por tipos populares (el tío Paco, el majo, la gitana, el canónigo, el militar).
Ambos se relacionan con el nacionalismo y el folklorismo propios del movimiento romántico.
· La presentación del protagonista del drama ofrece un catálogo completo de las características del héroe romántico: origen misterioso, carácter aventurero, exotismo, rechazo social, destino trágico. Se comentarán las anticipacionees del texto donde se muestra al personaje marcado por la fatalidad -”la fuerza del sino”-. Como complemento, la heroína romántica, doña Leonor, aparece también como víctima de las convenciones sociales y de la fatalidad del destino.
· El realismo de la escena -conversación popular- pasa por la perfecta adecuación entre los personajes y sus comentarios: así, mientras que el oficial resalta los rasgos de caballerosidad y valor de don Alvaro, la gitanilla insiste en su apostura y galanura; por su parte, el canónigo aporta la nota conservadora y tradicionalista, en franca oposición a la simpatía popular que despierta el héroe. En este mismo sentido, se analizarán las expresiones coloquiales y castizas de los personajes.
· El idealismo romántico queda relegado, en este fragmento, a la escena III, constituida únicamente por una breve acotación: cae la noche y don Alvaro aparece como una presencia fantasmal y misteriosa. Se trata de un momento mágico dentro del drama: la mezcla de dignidad y melancolía del personaje revelan la soledad y el desamparo del héroe romántico; el silencio con que es recibido, frente al parloteo de las escenas restantes, subraya su carácter inaccesible y distante.
· El texto está escrito en prosa, quizá para recordar su carácter realista y popular (costumbrismo), frente a otros pasajes de la obra, escritos en verso, donde se hace patente un tono más artificioso, heredado del teatro del Siglo de Oro. La alternancia entre verso y prosa responde a la rebeldía romántica frente a las reglas y preceptos, a la libertad y subjetividad que se impone en la concepción artística.

Relación del texto con su época y autor

Se considera Don Álvaro o la fuerza del sino como la obra inaugural del romanticismo español, pues su estreno en 1835 supuso el reconocimiento oficial de este nuevo movimiento en nuestro país. Pero es, además un drama emblemático dentro del teatro romántico, tanto por contener sus tópicos principales-el héroe, el amor inalcanzable, el destino trágico, el suicidio como forma de liberación, la naturaleza agreste, la ambientación religiosa -como por la flexibilidad de su planteamiento literario- ruptura de las unidades clásicas, carácter tragicómico, alternancia de verso y prosa, efectismo, ausencia de ejemplaridad-.
Don Ángel Saavedra, Duque de Rivas, pertenece a la primera generación romántica española, aquella que trajo después de su exilio las primeras influencias europeas, y su drama es una clara muestra de la simbiosis entre elementos realistas y costumbristas por una parte y aspectos idealistas y románticos por otra.
Finalmente, en esta obra encontramos la herencia de la comedia barroca -Shakespeare, Calderón- sin que ello deba entenderse como una voluntad restauradora ni como la continuidad de una tradición literaria.

Otras actividades

1. Los alumnos pueden contemplar reproducciones de algunos cartones de Goya y descubrir en ellos elementos del paisaje y de los personajes para compararlos con los descritos en un cuadro de costumbres.
Podemos proponer que describan un “cuadro de costumbres” de la actualidad (una escena típica de mercado, un suceso habitual en la cafetería o una conversación entre vecinas)
2. Proponemos leer en clase alguno de los artículos de Mesonero Romanos -Escenas matritenses- o de Estébanez Calderón -Escenas andaluzas- que son descripciones costumbristas de cuadros populares madrileños y andaluces, y compararlos con algún artículo de Larra: La diligencia y El castellano viejo, donde lo que hace el autor es “crítica de costumbres”.
3. Resultaría interesante comparar la imagen fantasmal y misteriosa del héroe romántico descrita en la Escena III, con alguna de las visiones femeninas evanescentes y seductoras que aparecen en tantas leyendas de Bécquer -El rayo de luna, El beso, Los ojos verdes-.
4. La lectura del panegírico de don Álvaro en boca de los personajes populares nos invita a leer dos elegías clásicas: la descripción laudatoria de don Rodrigo en las Coplas de Jorge Manrique, y la del famoso torero en el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, de Federico García Lorca.

[1] Edición de Rafael Balbín, Madrid, Castalia, 1995.
[2] La primera versión del Don Alvaro es de 1833 y su estreno, en Madrid, fue en 1835. Don Juan Tenorio, de Zorrilla, se estrena en 1844.
[3] El gusto por lo regional y lo nacional, una de cuyas muestras es el costumbrismo, tan cultivado por los románticos no es sino “la ampliación del ‘yo’, centro máximo de la atención romántica, a los confines más amplios de la propia sociedad en la que el individuo se siente inscrito como familia inalienable; en este caso, el regionalismo a su vez, tan cultivado por el costumbrismo, no es sino un grado o escalón entre el vértice del cono donde se yergue el ‘yo’, y la base, que se dilata hasta el límite de la nacionalidad”. J. L. Alborg, Historia de la literatura española, IV, Madrid, Gredos, 1980, pág. 722.
[4] Victor Hugo, en el prefacio a Cromwell, verdadero manifiesto romántico europeo, dice: “Shakespeare es el Drama, y el drama que funde en un mismo aliento lo grotesco y lo sublime, lo terrible y lo bufonesco, la tragedia y la comedia; el drama es la característica propia de la tercera época de la poesía, de la literatura actual”. Del Diccionario de retórica crítica y terminología literaria”, de Angelo Marchese y Joaquín Forradellas, Barcelona, Ariel, 1944, pág. 109.
[5] Es espectacularmente brillante y de gran efecto plástico el clarooscuro que nos presenta esta visión del héroe romántico: en la oscuridad de la noche, embozado en una capa de seda, con un gran sombrero blanco, botines y espuelas...

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